Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

domingo, 23 de octubre de 2011

DÍA 28: BAJANKHONGOR - ULÁN BATOR

19 de agosto de 2011


1 país: Mongolia (acumulados 17)

0 túneles (acumulados 138)

614 km (acumulados 14.866 km)


¡Misión cumplida! Los últimos días parecía que iba a ser difícil de conseguir, pero finalmente hemos hecho el viaje en las cuatro semanas previstas. Estamos muy orgullosos de haber podido traer a Ulán Bator una ambulancia a través de medio mundo y a pesar de las fronteras, de los ríos y de los pinchazos. ¡Aquí estamos!

Esta mañana, tal y como habíamos previsto, nos hemos levantado antes de que saliera el sol (hacía el mismo frío que anoche: mucho) y hemos empezado nuestra última jornada.

Los primeros 200 km han sido en general bastante duros y nos han llevado casi seis horas. La velocidad media en las pistas de tierra de Mongolia ha estado entre los 30 y los 40 km/h. Es decir, hay que tomárselo con mucha paciencia y echarle horas para que no parezca que no te has movido en el mapa.

Hemos encontrado muchas zonas de obras en las que debíamos ir por los caminos laterales, y cuando podíamos transitar por la pista central, la ondulación nos echaba de nuevo hacia los caminos abiertos fuera. Y nos ha pasado de todo un poco: desde el águila que pretendía suicidarse lanzándose contra el camino justo en el momento en el que pasábamos nosotros, hasta el autobús que nos ha adelantado por una zona de pistas ramificadas y arenosas (nosotros íbamos a 60-70 km/h); pasando por la vez en la que atravesando unas colinas nos hemos ido desviando por un camino secundario y hemos subido y bajado por lugares en los que hemos visto muy de cerca la posibilidad de volcar.

También nos encontramos en una curva del camino con un tipo parado junto a una motocicleta que nos pidió que paráramos. Aunque la paranoia del viaje decía a algunos de nosotros que no le hiciésemos caso, he parado a ver si necesitaba algo. Tras gesticular mucho y señalar al cuadro de mandos de la ambulancia, le he dejado al tipo el cuaderno y un bolígrafo para que pintara lo que quería (íbamos a jugar a las adivinanzas con el mongol). Lo que el tipo quería era luz, una linterna. Así que le hemos dado el mechero linterna que nos regalaron en Nukus (Uzbekistán) y hemos seguido adelante.

Y sin duda, una de las mayores alegrías del día, e incluso quizá del viaje, ha sido cuando por fin hemos llegado a la carretera asfaltada. Tras 1.400 km de piedras, arena, baches, golpes y atención extrema para no caer en ningún agujero o estamparnos contra una roca; por fin veíamos trabajos de asfaltado en la carretera y un primer tramo finalizado pero no abierto al tráfico. En menos de un kilómetro hemos podido incorporarnos a la carretera, y ha sido como un orgasmo. Una alegría inconcebible para quien no haya vivido los cuatro días anteriores. Ahora estábamos seguros de que en unas pocas horas llegaríamos a Ulán Bator. Si habíamos sido capaces de cruzar media Mongolia por pistas imposibles, los 400 km restantes eran pan comido.

Típica foto de carretera recta perdiéndose en la distancia en los valles de Mongolia


Y así ha sido. A excepción de algún tramo bacheado y problemas con las obras de drenaje transversal (donde siempre había golpe por no estar bien resuelta la transición entre terraplén y obra de fábrica, sé que algunos sabéis de qué estoy hablando) la carretera estaba en buenas condiciones.

Hemos tenido que pagar un pequeño peaje a la salida de la ciudad de Arvaikheer y ya no teníamos ningún obstáculo más hasta la capital. Tan sólo hacer entender a los empleados de una gasolinera cuánto combustible queríamos y la parada para comer: Hoy fideuá.

El último picnic

Cuando recogíamos después de comer, nos han adelantado otra vez los ingleses del Peugeot 206, así que nos llevaban unos cinco minutos de ventaja, llegaríamos a Ulán Bator casi al mismo tiempo que ellos.

En esta zona de Mongolia se nota la proximidad de la capital y la facilidad de llegar, porque los asentamientos de población tienen un aspecto más urbano, además de ser más frecuentes, las tiendas de la orilla de la carretera tienen otro aspecto, y no el de una yurta o choza con un letrero en la puerta. También hemos visto reclamos publicitarios de hoteles y complejos de turismo rural y de aventuras, además de un tráfico que conforme nos íbamos acercando a Ulán Bator iba ganando en intensidad, pero sin exceso.

Tráfico en Mongolia

Incluso en un cruce he visto un coche con el radar de velocidad. Conducía Nuria, y temí que a velocidad excesiva en un cruce, aunque no había señales que indicaran el límite. Y efectivamente, unos kilómetros más adelante una patrulla nos ha parado, a nosotros y a casi todo el mundo. Hemos esperado un rato hasta que llegara el agente de turno que ni siquiera nos ha dejado abrir la boca y nos ha señalado que siguiéramos.

También hemos visto que quedan restos de la infraestructura de control de la población que hubo en la época comunista. Los controles que aún existen en Uzbekistán también existieron aquí, y conservan las señales de stop, pero las garitas están vacías y abandonadas.

Al acercarnos a Ulán Bator la carretera se ha desdoblado (¡todo un lujo!) y hemos atravesado los pueblos del área metropolitana de la ciudad, con señales de cruce de peatones pero sin marcas en la calzada; y todo el mundo circulando a más de 80 km/h. Y tras ese tramo de 20 km de doble carril por fin hemos llegado a las puertas de Ulán Bator. El arco de entrada donde se paga otro peaje. Allí estaban haciéndose la foto los ingleses. Nos hemos dado unos abrazos, congratulándonos recíprocamente de la hazaña y nos hemos hecho unas fotos los unos a los otros.

En la entrada a Ulán Bator, con el estandarte del equipo de la ciudad de los ingleses.

Al otro lado del arco de entrada quedaban otros 5 km de carretera en estado pésimo, pero aún que la circunvalación de Sofía; y finalmente hemos llegado a un desvío que nos impedía llegar al centro de la ciudad según las indicaciones del esquema que nos dio en su momento la organización. El desvío era hacia el sur, y en un momento determinado había un cruce de nuevo al este, por un camino de arena bacheado, por el que iba casi todo el tráfico, así que les hemos dicho a los ingleses que probaríamos por ahí y nos han seguido.

¡Hora punta en Ulán Bator! No os la recomiendo. El desvío, junto a una central térmica que expulsaba columnas de humo negro, era un campo de minas con decenas de coches, camiones y autobuses urbanos levantando polvo que en ocasiones impedía ver veinte metros más allá. Tras un buen tramo, hemos encontrado de nuevo otra vía con aspecto de principal que circulaba al norte, hacia el centro de la ciudad, hasta que hemos llegado a una gran rotonda que nos ha metido en la zona urbana: una avenida rodeada de grandes edificios, con trolebuses y un tráfico imposible en ambas direcciones.

El mapa esquemático de la organización, útil en las ciudades pequeñas en las que apenas hay una docena de calles, aquí era poco orientativo, por lo que íbamos por intuición. Sabíamos que estábamos en la avenida principal de la ciudad y que la línea de meta quedaba en algún punto a la izquierda antes de la embajada rusa, que debería estar a la derecha.

Tras un par de vueltas y parar a preguntar a alguien (que nos ha indicado un camino más sencillo que el recomendado por el mapa de la organización), hemos vuelto a la avenida principal y hemos visto al australouruguayo, que nos ha gritado desde el otro lado de la calle al vernos también a nosotros. ¡Estábamos cerca!

Tras hacer el cambio de sentido y encontrarnos con una tienda de Pikolinos (uno de nuestros colaboradores) por fin hemos encontrado la línea de meta.

Han salido a recibirnos los Blinkacepas, que nos han visto llegar desde el balcón. Nos hemos dado unos abrazos y contado alguna batallita mientras esperábamos que el camión de la Coca-cola se fuera para que pudiéramos aparcar, y ya estábamos en la meta.

Intercambiando primeras impresiones con Sergio y Jose, los Blinkacepas de Requena.

En el mismo edificio donde estaba la oficina de la organización y el bar oficial de la llegada, hay un hotel. Los requenenses y el australiano nos han dicho que para dormir una noche nos valía, aunque las habitaciones olían un poco a perro, el papel de las paredes estaba arrancado en algunos sitios y los baños (uno por planta, si es que se les podía llamar baños) no tenían todos agua caliente. Pero bueno, tras varias noches durmiendo en campo abierto, aseándonos como podíamos y pasando frío, este lugar es casi lujo asiático.

Nos hemos tomado unas cervezas con los Blinkacepas mientras buscábamos en internet vuelos de vuelta para mañana sábado o el domingo; y nos hemos llevado la desagradable sorpresa de que eran muy caros, así que deberemos esperar a preguntar mañana en una agencia de viajes o ver si el tipo que dice la organización que nos puede conseguir algo viene a primera hora.

Pau busca vuelos en internet con unas cervezas en el bar de la línea de llegada.

Los Blinkacepas salen mañana a primera hora, así que harán tiempo en el bar y luego se irán en taxi a hacer tiempo al aeropuerto, así que como la cocina del bar había cerrado, nos hemos despedido de ellos y nos hemos ido a buscar alguno sitio donde cenar de los que nos han hablado los de Requena.

Ulán Bator un viernes por la noche es un caos de tráfico y de gente joven entrando y saliendo de bares. Pero era tarde y en los dos sitios donde hemos preguntado ya no daban de cenar, hasta que nos hemos vuelto a encontrar a los australianos y a los ingleses que remolcamos el martes y que nos encontramos ayer en el vado del río. Nos han hecho sitio en su mesa y hemos pedido que nos trajeran alguna pizza más... Sí, hemos recorrido 14.866 km para cenar en un italiano. Pero todo lo que había en esta zona de restaurantes era temático (sin faltar el pub irlandés).

Los ingleses también se van después de cenar hacia el aeropuerto, los australiano se quedarán unos días más y es posible que vuelvan a su país vía Vietnam. Unos chicos con tiempo libre... Aunque cuando hemos estado hablando del coste del viaje, casi les da un ataque. Nosotros hemos dicho la cifra aproximada que creemos que nos hemos gastado casi con vergüenza, pensando que ha sido mucho dinero, y sin embargo ellos se han llevado las manos a la cabeza porque parece que se han gastado mucho más.

Y por fin con unas cervezas frías en la tripa y una buena cena, nos hemos ido a dormir para mañana buscar pronto vuelo de vuelta e intentar ir por la mañana a ver el centro de la fundación de Christina Noble, para llevar personalmente el material médico y escolar.


¡Conseguido!


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