Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

sábado, 15 de octubre de 2011

DÍA 25: ÖLGIY - KHOVD

16 de agosto de 2011


1 país: Mongolia (acumulados 17)

0 túneles (acumulados 138)

263 km (acumulados 13.393)


Ya tenemos a nuestro Ángel de la Guarda del viaje, al igual que esperamos tener esa consideración para otros participantes del Rally.

Merceditas entre el coche de Juan Pedro y el del nuestro anfitrión.

Nuestro benefactor ha sido Juan Pedro, el suizo. Sin él hoy habríamos perdido mucho tiempo. Aunque luego lo hemos perdido para ayudar a otra gente, así que tras la toma de contacto de ayer, hoy tampoco hemos avanzado mucho en Mongolia. Si seguimos a esta media, no llegamos.

Esta mañana al despertar Pau e ir al baño, ha vuelto a entrar con malas noticias. No se trataba de que el retrete es una fosa al aire libre rodeada tan solo por una tapia de poco más de un metro de altura (al menos estaba limpia). La rueda trasera izquierda estaba pinchada. Y no teníamos rueda de repuesto. Nos tocaría pedir a nuestro anfitrión que nos llevara a un taller con la rueda o que hiciera venir a un mecánico...

Pero nuestro jubilado suizo se ha puesto manos a la obra cuando Pau le dijo que tendríamos problemas para arreglarlo. Ha sacado su supergato para levantar la ambulancia en cuatro movimientos; y tras extraer la rueda hemos buscado el pinchado y lo ha arreglado con el kit que lleva en su todoterreno para pinchazos. Le hemos preguntado si había arreglado antes muchos como éstos, y nos ha respondido que hasta ahora sólo había practicado por si se daba el caso. Y pensar que nosotros comenzamos el viaje sin saber dónde iba el gato ni cómo se extraía la rueda de repuesto... Y el suizo llevaba hasta compresor para enchufar a la batería del coche.

Así que hemos empezado el día ensuciándonos (al menos anoche no nos pudimos duchar). Tras desayunar algo y reclamar al cabeza de familia que me devolviera el cambio de lo que le pagué anoche (no lo hizo en el momento y se lo tuve que recordar esta mañana), hemos seguido a Juan Pedro hasta el centro de la ciudad. Según los planos esquemáticos de las ciudades mongolas que nos proporcionó la organización, junto a la plaza central hay talleres donde podemos poner uno de los neumáticos extra que llevamos en la llanta de la rueda de repuesto.

Era extraño encontrarse con calles asfaltadas, coches nuevos, gente ocupada en tareas urbanas y edificios de viviendas en mitad del paisaje interminable que vimos ayer y entre los barrios humildes que hemos visto esta mañana (aunque es cierto que los edificios que hemos visto nos estaban en el mejor estado de conservación). Pero parece que las ciudades de Mongolia son algo más que campamentos de yurtas y tienen un desarrollo urbano estándar (quizá impuesto en la época de estatalismo).

En la plaza central de la cuidad nos hemos despedido de Juan Pedro, que iba a la oficina de Correos a enviar un correo electrónico a su mujer. Ha sido una suerte encontrarlo. Y a quien nos hemos encontrado aquí ha sido al australiano con acento porteño y a un británico que en el campamento de Tashanta de vez en cuando se acercaba a contarnos cosas sin interés y a una velocidad incomprensible (quizá si lo hubiéramos comprendido sus anécdotas hubieran sido interesantes, quién sabe) para luego irse como cualquier cosa: Nuria le puso de mote El pájaro loco.

Éstos no sabían donde estaban los talleres, así que hemos seguido hacia la salida de la ciudad en búsqueda de una gasolinera (anoche no llenamos el depósito cuando nos asaltó el matrimonio kazajo) y un taller. El tipo de la gasolinera, tras varios intentos para explicarnos dónde estaba el taller, ha decidido subirse con nosotros y guiarnos él mismo al taller. Pero tras dos paradas, no hemos encontrado ningún sitio donde pudieran arreglarnos, así que nos la hemos vuelto a jugar y nos hemos lanzado a campo abierto sin rueda de repuesto, confiando en que en los 240 km hasta la próxima ciudad: Khovd no tuviéramos ningún percance.

Y allá que hemos salido brújula en mano hacia el sureste por la única pista que se veía en esa dirección. El asfalto apenas ha durado un par de kilómetros, y antes de encontrar la única señalización esquemática de las carreteras que teníamos por delante, ya avanzábamos por una pista ancha pero bacheada con la maldita microondulación que convierte esto en un infierno.

En seguida hemos estado en mitad de una gran llanura en la que a la pista ancha le han ido saliendo multitud de caminos a ambos lados, más estrechos pero sin la ondulación producida por el tráfico. El problema de los caminos laterales es que en general están más sucios de piedras grandes y no están sobre una plataforma que salve los pequeños cauces de escorrentía que atraviesan la llanura. Así que debíamos elegir entre el traqueteo infernal con el que es imposible saber la velocidad idónea, o los caminos laterales sinuosos, que permiten una velocidad mayor con una rodadura más suave pero con el peligro de comerse una piedra grande o los grandes baches producidos por los badenes. Íbamos a rato por un sitio o por otro, sin encontrarnos más que algún rebaño de cabras y algún camión y autobús, en ambos sentidos. También, e imitando a Homer Simpson, nos hemos encontrado con uno de los mayores espectáculos que se pueden observar en la Naturaleza: una gran caravana de apisonadoras avanzando por mitad de la llanura, fuera de la pista marcada. Luego hemos podido comprobar que se están haciendo obras de construcción de una carretera nueva (nos metimos por error en la plataforma sin terminar y unos obreros tuvieron que indicarnos que por ahí no era) e incluso hemos visto una planta de aglomerado asfáltico.

El interurbano Khovd - Ölgiy

Si encontrarse obras en una carretera civilizada tiene sus inconvenientes, encontrarla en estas pistas es un auténtico martirio, porque además de la proliferación de baches imposibles de esquivar, la nube de polvo levantada por el poco tráfico que puedas encontrarte es un manto de invisibilidad peligrosísimo, y adelantar a algún camión lento que te encuentres en el camino puede ser muy peligroso.

La llanura era en realidad un valle amplio por el que hemos avanzado los primeros 70 kilómetros, hasta que hemos bordeado el lago Tolbo por el norte tras unas indicaciones no muy claras y hemos comenzado a subir el primer puerto de montaña de los dos que hay hasta Khovd.




Y aquí, ¿qué dice?


Está claro, a 134 km de Tolbo, tirando por la izquierda, se llega a Khovd.

Aquí la pista ha ido empeorando poco a poco hasta convertirse en un camino de cabras subiendo montaña arriba. Nos parecía físicamente imposible que por ahí hubieran pasado los camiones que de tanto en tanto nos encontrábamos en sentido contrario.




Más adelante hemos encontrado un pequeño río que hemos vadeado sin problemas. Aquí hemos decidido darnos el baño del día. Y en ésas estábamos en mitad de un valle abierto a 2.600 m de altitud, rodeados de cumbres nevadas, cuando ha aparecido un chaval en bicicleta a observar lo que hacíamos. Al igual que la abuela de los niños del águila, no se veía de dónde había aparecido. Simplemente era una gran extensión sin más huellas humanas que las marcas de los vehículos creando un camino, y de repente aparece gente.



Nuria aseándose, Pau recogiendo agua, el niño y las montañas nevadas.

Además del niño, unos minutos después llegaron unos paisanos en un todoterreno soviético de los antiguos, que cruzaron el río pararon, curiosearon un poco, se rieron bastante (uno de ellos iba como una cuba) y como vieron que no les hacíamos caso siguieron su camino.

El crío y su bicicleta

Una vez aseados y con agua en los bidones, hemos dado al niño unos caramelos y 6 km después nos hemos vuelto a encontrar a los borrachos del todoterreno al otro lado de un río que había que vadear. Se podía hacer por varios sitios y creo que he elegido el peor: el más estrecho pero profundo. No nos hemos quedado atascados en la grava de milagro, porque hemos patinado y el agua ha llegado por delante hasta la luna delantera, es decir, muy arriba. Después de esto, la aguja de la temperatura me ha tenido preocupado un par de horas porque se ha quedado muy abajo. Pensé que el agua o la grava había estropeado el sensor de la temperatura del motor porque no se recuperaba. Aún así, a tanta altura (aire frío) y sin pasar de los 50 ó 60 km/h, tampoco es que estuviéramos forzando tanto al motor.


Esto es lo más cerca que hemos visto un yak.

Hemos dejado el valle y hemos vuelto a bajar lentamente por desfiladeros más o menos estrechos y caminos que en ocasiones eran pistas y en otras había pistas que te ayudaban a adivinar que ése era el camino hasta que nos hemos encontrado con unos ingleses que acamparon junto a nosotros en Tashanta. Cuatro tíos en dos Daewoo Matiz. Estaban parados porque se les había agujereado el depósito de uno de los coches, que había quedado completamente fuera de juego. Y nos han pedido que los remolcáramos hasta la ciudad. Estábamos casi a 80 km de Khovd, y no podíamos decir que no. Así que la idea inicial de llegar a Khovd a media tarde para que nos arreglaran la rueda mientras comíamos algo ha sido abortado.

Han sacado ellos su cable de arrastre, que era corto, y lo hemos atado a nuestro eje trasero (la ambulancia no tiene ningún gancho). Y allá que hemos salido arrastrando al pequeño Daewoo por caminos que estaban más o menos transitables hasta que han comenzado a pitar para que paráramos. El cable es demasiado corto y por tanto no tenían tiempo de reacción si yo frenaba bruscamente al encontrarme con baches o piedras. Además me han pedido que fuera aún más despacio (iba a 30 km/h) y no pillara baches ni piedras (es lo que intentaba hacer) porque habían perdido la suspensión y además su coche es más bajo que nuestra ambulancia (mira, de esto no me había dado cuenta).




Servidor y un inglés debajo de la ambulancia

Así que hemos sacado nuestro cable de arrastre, más largo, y lo hemos empalmado con el de ellos. Mientras hacíamos este circo, ha llegado un tío a caballo para curiosear, ha pasado una motoniveladora en sentido contrario (¿qué estaría arreglando el tío de la motoniveladora?) y Nuria dormía en la camilla sin enterarse prácticamente de casi nada porque parece que algo de la cena de anoche le sentó mal.

Tras otros cuantos kilómetros se ha roto nuestro cable de arrastre porque iba tocando mucho el suelo y ha terminado por rasgarse. Es imposible llevar una velocidad constante en estos caminos, así que no se puede tener el cable tenso, sino que de vez en cuando golpea el suelo. Por lo que hemos tenido que seguir haciendo arreglos con nudos al cable, hasta que se ha roto totalmente.


Piano piano si arriva lontano

Así íbamos parando hasta que nos han adelantado los ingleses con los que cruzamos de Turkmenistán a Uzbekistán. Ha sido cuando estábamos sustituyendo el cable de arrastre por cuerda. Como era muy larga hemos podido hacer un cordón de seis cables a base de trenzarlo varias veces. A poco menos de 50 km de Khovd había un puente sobre un río. Un puente en un estado lamentable, tanto que había varios camiones abajo en el río para vadearlo. Me he santiguado (imaginaos el aspecto que tenía en puente) y hemos cruzado con los ingleses detrás nuestro, que en ese momento ya habían perdido dos de los seis cables de los que se componía el cordón.

Y a partir de este punto el camino se ha complicado porque se ha vuelto arenoso. Permite ir más rápido porque apenas hay baches, pero hay más tirones porque los vehículos patinan. Así que el cordón ha ido perdiendo sección conforme saltaban los cables en los tirones más fuertes además de que no sé qué les habrá pasado que ha habido un momento en el que se han quedado sin batería, se les ha bloqueado la dirección y han terminado empotrados contra unas piedras en el lateral del camino.

Habíamos recorrido 40 km en dos horas, delante de nosotros el camino comenzaba a subir unas colinas no muy altas, pero que requerirían un esfuerzo extra sobre la arena. Y el cordón tenía la mitad de sección que cuando lo enganchamos. Así que tras varios puntos en los que hemos estado a punto de atascarnos en la arena, con los tirones correspondientes que han roto completamente el cordón; los hemos subido a lo alto de la primera colina usando su cable de arrastre (que no medía más de 5 m). Los hemos dejado allí arriba. Como eran dos coches, la mitad del equipo se acercaría a la ciudad a pedir mecánico o remolque y los otros se quedarían allí esperando.

Nos hemos despedido de ellos y hemos podido avanzar más ligeros. Por un lado sabíamos que era una putada dejarlos allí, pero era martes a las 5 de la tarde, aún no habíamos comido y no habíamos recorrido más que 200 km: la meta de llegar el viernes a la capital y estar el lunes trabajando en España se complicaba. Teníamos que seguir adelante fuera como fuera.

Curiosamente, a partir de ese punto, el tráfico ha aumentado y hemos comenzado a encontrarnos autobuses circulando por esos caminos de arena de las colinas. También hemos adelantado a los ingleses de la frontera uzbeka porque parece que se atascaron en un banco de arena y los acababa de sacar de allí uno de los camiones que habíamos visto en el vado del río (y que nos adelantó en una de las últimas paradas con los remolcados).



Las vacas vuelven a la ciudad, al fondo a la izquierda

A la entrada de Khovd había un campamento para los participantes del Rally Mongol, pero según el croquis que teníamos de la organización, el taller estaba en la salida de la ciudad. Hemos podido encontrar lo que según el plano era el taller pero estaba cerrado. De la vivienda contigua ha salido una familia al completo que nos han indicado que llamáramos al teléfono que estaba garabateado (y rascado, nada de pintarlo) en la pared del marco de la persiana metálica del taller. Tras varios intentos hemos podido hablar con alguien que nos ha dicho que esperáramos. Mientras tanto, la familia que vivía allí ha estado curioseando la ambulancia. Uno de los niños estaba hecho un asco: sucio, medio desnudo, con mocos, dando un aspecto de pobreza extrema; pero estaba jugando con un teléfono móvil que no parecía barato. Que alguien me lo explique.

A los pocos minutos ha llegado una mujer bien vestida en un todoterreno grande y caro que nos ha pedido que la siguiéramos. Nos ha llevado de vuelta al campamento que vimos a la entrada de la ciudad. Allí, el enlace de la organización del Rally se ha hecho cargo de la reparación de la rueda (se la han llevado para cambiarle el neumático a la llanta) y nos ha invitado a meternos en la yurta-bar que tenía instalada. Allí estaban los ingleses talluditos que recolectaron el dinero en la frontera turkmena (nos han dicho que ellos se vuelven desde Mongolia a Moscú en el Transiberiano), esperando a que les arreglaran la susensión trasera de su pequeño Peugeot; y también los que adelantamos en las colinas, los de la frontera uzbeka. Todos ellos se quedaban esta noche en Khovd. Nosotros, aunque ya es tarde, hemos decidido seguir mientras haya luz.

Merceditas junto a los coches de los ingleses

Una hora después, en cuanto hemos tenido la rueda de vuelta y con una cerveza y unas galletas en el cuerpo, nos hemos despedido de todos (también de los del Daewoo sano que acababan de llegar para pedir ayuda) hemos seguido unos 30 km hasta que los faros comenzaban a hacer sombra en los baches del camino.

Estamos cerca del lago Kharus Nuur según el mapa de carreteras. Es un infierno. Jamás en mi vida he visto tantos mosquitos y tan agresivos. Es un ataque constante por lo que apenas hemos comido pan y pisto sin calentar porque es imposible estar más de diez minutos fuera.

Desde el interior de la tienda de campaña se escucha la nube de mosquitos atacando la tela. También escuchamos a Nuria golpeando las paredes del interior de la ambulancia. Está cazando polillas y mosquitos.

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