Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

miércoles, 12 de octubre de 2011

DÍA 24: TASHANTA - ÖLGIY

15 de agosto de 2011


2 países: Rusia y Mongolia (acumulados 17)

0 túneles (acumulados 138)

140 km (acumulados 13.130)


¡Al fin Mongolia! Hoy hemos cruzado la última frontera en nuestro camino a Ulán Bator, la que más tiempo nos ha llevado.

A pesar de que nos hemos levantado cuando estaba amaneciendo y hemos parado llegado a destino cuando ya oscurecía, no hemos avanzado más que 140 km; y es que gran parte del día lo hemos pasado esperando papeles.

Al despertarnos, el resto del campamento ya estaba recogiendo, y nosotros hemos sido los últimos en dirigirnos hacia la aduana. Tampoco había mucha prisa porque las ambulancias ya estaban aparcadas en la cola y habían dejado un hueco para la furgoneta de los Shere Khan. Pau se ha montado con éstos y se ha llevado nuestra tienda y sacos (lo único que no se llevó Nuria en la ambulancia), mientras que yo he querido recorrer paseando el kilómetro y medio que nos separaban de la verja.


Por aquí llegamos (más de uno también "se fue" debajo del puente durante el domingo), la carretera M-52.


Y por aquí seguimos: la entrada a Tashanta, a primera hora de la mañana

El pueblo estaba desierto. Lo único que se veía eran algunas águilas y cuervos posados en postes y tejados de las casas, y vacas esperando a que las llevaran a pastar. Al final de la carretera estaba la aduana, y frente a la verja, una cola de algo menos de 20 vehículos (casi todos del Rally, a excepción de algún ruso y un tráiler enorme) esperaba a que abrieran (un par de horas). Allí estaban los ingleses que acompañaban a los Xino Xano en Turkmenistán, con los que entramos a Uzbekistán; y los talluditos que organizaron la recaudación de dinero para el visado en la entrada a Turkmenistán (cuatro señores en un Peugeot 206, que antes de salir de Europa perdieron por enfermedad a un miembro del equipo y por avería uno de los dos coches).



La aduana rusa con la Citröen de Alain en primer término

Los que han pasado la noche en las ambulancias han seguido durmiendo un rato más, y los demás hemos matado el tiempo charlando o haciendo cola en la puerta de la garita de control de documentos del vehículo, que está a la salida del pueblo, antes de la aduana. Durante ese tiempo hemos ido viendo cómo iban llegando los funcionarios, guardias y soldados que trabajan en la aduana. Algunos salían de casas del pueblo, y otros llegaban en coche desde algunos de los pueblos que encontramos hace dos noches a 20 ó 30 km de Tashanta.

De vez en cuando pasaba algún local al que abrían una puerta lateral en la verja y se metía con su coche en tierra de nadie.

En la aduana nos han ido dejando pasar de dos en dos coches. La salida de Rusia ha sido más tediosa y complicada que la entrada. Además nos faltaba un papel: una declaración de entrada del vehículo que no nos habían dado en Rubtsovsk. Por suerte llevábamos un papel similar de la entrada a Kazajstán, que nos ha servido igualmente porque ambos países tienen un convenio. Pau se ha acordado de que teníamos ese otro documento porque ayer, cuando fuimos a buscar agua con Fede (Shere Khan) al río cercano; vio por el retrovisor que se nos había caído algo. Resultó ser el papel kazajo que hoy nos ha servido para salir de Rusia. Menos mal lo vio y que, al recogerlo, se le quedó en la cabeza que teníamos ese papelito que no tiró al salir de Kazajstán.

Al final, tras pasear por más de una ventanilla, hemos salido. Al otro lado de la verja nos esperaban el resto del grupo, y nos han advertido que la rueda delantera derecha volvía a estar floja. Así que en cuanto cruzásemos a Mongolia, la cambiaríamos. Para ello nos quedaban primero 20 km de carretera sinuosa aunque en buen estado hasta llegar a otra verja, que es la verdadera frontera.

La última barrera antes de entrar a tierra de nadie entre Rusia y Mongolia.

Allí otra funcionaria ha mirado nuestros papeles y nos ha abierto, al mismo tiempo que una furgoneta mongola cruzaba desde el otro lado.

Y aquí a comenzado la pista de tierra: 5 km hasta la aduana mongola (que al menos tenía sus instalaciones pavimentadas).

La verja estaba cerrada y el tipo de la garita se ha limitado a darnos unos números y un pequeño formulario para rellenar. Además, otro tipo se ha ofrecido a cambiarnos dinero, pero no le hemos hecho mucho caso.



La cola en tierra de nadie

Actitud de espera

Poco a poco han ido llegando más coches y un guardia ha venido a decirnos que tenían problema con la conexión a Internet y que por tanto hasta la una de la tarde no podrían comenzar el proceso de admisión. Nos hemos dedicado a intentar atraer a unos animales parecidos a los perrillos de las praderas, que estaban por allí tomando el sol junto a los bloques de hormigón instalados en la ladera para evitar aludes de nieve.

También, y viendo que teníamos tiempo, tanto nosotros como los Chipa de la Vida nos hemos dispuesto a cambiar las ruedas. Nuestro gato es muy incómodo y poco útil, e íbamos muy lentos. Además, a mitad de operación, han abierto de repente la verja para que fuéramos entrando; y nosotros con la ambulancia levantada. Álvaro y Esteban han terminado pronto de cambiar sus ruedas (están bastante bien preparados) y nos han ayudado a terminar la nuestra (ni siquiera habíamos tenido la preocupación, antes de salir de España, de mirar donde estaba el gato o cómo se sacaba la rueda de repuesto, por lo que nos estaba costando hacerlo todo).


Álvaro y Esteban, en cuanto podía, se subían a lo alto de su ambulancia.

Nuestro retraso nos ha servido para ver que la ambulancia de los Bison Team había dejado una mancha enorme de aceite donde habían estado parados. Les alertamos antes de cruzar la verja y tuvieron que detenerse a mirar qué era lo que les pasaba: unos decían valvulita (el aceite de la caja de cambios y la transmisión) y otros decían que era del radiador. Así que se sumaba una avería más a todas las que llevaban (los amigos, para poner en marcha la ambulancia han de meterse debajo de ella para conectar el arranque).

Se han quedado allí intentando ver si podían repararlo o hacer algún apaño y los demás hemos entrado a la explanada de la aduana. El primer guardia que se ha acercado a hacer una inspección rutinaria llevaba una herida en un dedo. Los Chispa de la Vida le han ofrecido una coca-cola (llevan un buen cargamento) y han visto la herida, por lo que nos lo han remitido para que Nuria se la curara. Hemos entrado con buen pie: ofreciendo coca-cola y servicios médicos.

En el interior del edificio de la aduana, además de funcionarias que llegaban, miraban nuestro pasaporte y se iban, no había gran cosa que hacer mientras esperábamos que nos sellaran los pasaportes. Los Madia Leva y Shere Khan habían aparcado en otra campa que había al otro lado de la aduana, previa a la verja de salida de las instalaciones.

En esa campa, al sol, hemos pasado parte de la tarde viendo cómo iban llegando más vehículos que aparcaban a esperar sus papeles y siendo la atracción de los niños del pueblo, que desde el otro lado nos pedían caramelos y regalos.


Atracción de feria (nosotros tras la verja).

Se ha hecho la hora de comer, y para envidia del resto de británicos que comían cualquier cosa de sus despensas móviles, nosotros hemos montado el chiringuito para preparar la comida (los Bison Team han llegado a tiempo para probar las dos raciones que les habíamos preparado) y hemos seguido armándonos de paciencia.

Pau espera junto a la ambulancia de los MadiaLeva, detrás uno de los ingleses viejunos apoyado en su Peugeot 206, la ambulancia de La Chispa de la Vida y el camión de bomberos con uno de sus ocupantes en el asiento que le instalaron anoche en la parte de arriba.

Entonces la maldición de las fronteras ha vuelto a planear sobre nosotros: Una estricta a la par que atractiva funcionaria mongola ha venido a revisar la ambulancia, y el tema de los medicamentos no le ha gustado. Decía que el suero no estaba permitido (porque era inyectable) y que el resto de medicamentos estaban restringidos. Al igual que los funcionarios uzbekos, ésta quería saber si teníamos permiso para introducir el material. Finalmente, tras varias idas y venidas en la que la amiga le dijo a Pau que en principio no podíamos pasar, se encontraron en el edificio de la aduana con el guardia al que habíamos ayudado con la herida. Y tras hablar éste con su superior e intercambiar unas palabras, han cambiado de idea y nos han incautado sólo el suero (aunque de las jeringuillas no han dicho nada), dejándonos entrar con el resto de medicamentos.

Mientras tanto, sin tener aún la documentación en regla, el guardia de la puerta de entrada a Mongolia nos ha dejado pasar a buscar el banco para cambiar dinero antes de que cerrara. Uno de los tipos que nos había ofrecido cambio al otro lado de la aduana nos ha acompañado hasta el banco (una triste casa escondida igual que las del resto del poblado) insistiendo en que nos ofrecía un buen cambio.

Hemos llegado tarde y el banco ya estaba cerrado, y finalmente hemos cambiado el dinero con el cambista después de negociar un poco y consultar con otros equipos el ratio que consideraban aceptable.

Y además de nuestros problemas con los medicamentos, los Chspa de la Vida y Madia Leva han tenido problemas con la documentación de sus vehículos porque la organización de The Adventurist no había transmitido la documentación correcta a las autoridades mongolas. Así que se acercaba la hora de cerrar la frontera y ellos seguían sin poder solucionar su situación.

Nosotros hemos salido en cuanto la funcionaria nos ha dicho que nos fuéramos y en el pueblo hemos sacado el seguro de la ambulancia (en un cuartucho que olía a piel de cordero) y hemos parado a la salida a la espera de nuestros compañeros.

El poblado tenía un aspecto muy pobre, y mientras esperábamos se nos han acercado muchos niños, algunos muy pequeños, a curiosear. Todos entendían, a pesar de su edad, frases básicas de inglés y les hemos dado algunos caramelos, material escolar y rotuladores para que pintaran en la ambulancia. Salvo una niña muy pequeña que tenía muchas leyes y se ha enfadado en cuanto hemos sacado la cámara de fotos, y dos adolescentes que atendían una tienda al lado del camino; todos querían ponerse delante del objetivo. Nuria comenzó a hacerle una pulserita a uno de los más pequeños, y terminó por tener una cola de criaturitas esperando su turno.


Pau jugando con David Beckham (así decía el chaval que se llamaba)


Nuria ante su público (niños mongoles de diferentes tallas)


Hemos comprado algo de agua y cerveza y hemos esperado a los demás. Sólo han podido cruzar los Bison Team, que con su Iveco renqueante han empezado a hacer camino para intentar llegar a la primera ciudad y reparar la ambulancia antes de que se les montara completamente.

Adentrándose en ambulancia por las tierras mongolas.


También ha pasado el francés Alain, con el que hemos intercambiado saludos en castellano (esperamos poder encontrarnos con él y su vieja Citroen por las pistas de Mongolia), los australianos y más británicos (los dos Daewoo que acamparon primero con nosotros en Tashanta, los viejunos, los amigos de los Xino Xano,…).

Todos se alejaban por la pista, y en ese momento era cuando te dabas cuenta de la inmensidad del paisaje, de la profundidad real del camino que se alejaba para internarse hacia la izquierda por un valle entre colinas. ¡Qué ganas de empezar la travesía de Mongolia!

Pero cuando han llegado los Shere Khan hemos seguido esperando con ellos hasta que han cerrado la frontera. Confiábamos que el resto de nuestros compañeros pudieran salir, pero al final nos han dicho por los walkies que cerraban y no les habían solucionado su problema. Se tendrían que quedar a pasar la noche allí. Muy mala noticia.

Fede fotografiando a una de las niñas mientras esperábamos noticias del resto de compañeros en la aduana.

Es lunes y el lunes que viene debemos estar en España trabajando, por delante tenemos 1.800 km por carreteras que son toda una incógnita. No hay más remedio que seguir adelante, así que hemos vuelto a la verja para despedirnos de los asturianos y gallegos, y los Shere Khan nos han acompañado unos cinco kilómetros hasta un lago donde se han quedado para acampar. Y nosotros otra vez solos, dejando compañeros atrás.

Las cinco y media de la tarde y sólo habíamos avanzado 25 km. ¿Llegaríamos a Olgiy, a 90 km de la frontera? La pista estaba aceptable y tenía muchos tramos en los que podíamos avanzar a 60 km/h a pesar del bacheado; sólo que al igual que en los campos de minas de Uzbekistán y Kazajstán, nos encontrábamos de vez en cuando algún bache más gordo que nos dolía mucho.

En un momento determinado, la pista tenía un desvío por obras (mejoras en el paso de un pequeño puerto de montaña) que nos ha conducido por un camino estrechísimo de pendientes fuertes que nos hacía dudar que ésa fuera la ruta. Lo era porque nos hemos encontrado un campamento de británicos y australianos que nos han invitado a quedarnos con ellos, pero hemos declinado la oferta para intentar llegar a la ciudad. Y hemos hecho bien, porque al cruzar el puerto nos hemos encontrado con una carretera asfaltada en perfecto estado por la que hemos conducido a 90 km/h, e incluso 110, los últimos 30 km del día.

Afortunadamente he ido reduciendo la velocidad conforme nos acercábamos a la ciudad, a pesar de las ganas que teníamos de encontrar un hotel después de dos días de acampada a 2.020 m de altitud. A la entrada de Olgiy había un policía plantado delante de su coche. Le he saludado y me ha devuelto una sonrisa magnánima, como diciendo: “De la que te has librado, que te he visto que venías como un loco allá a lo lejos pero has entrado como un ser civilizado”.

De repente la carretera se ha convertido en un terraplén cortado por obras en la entrada a la ciudad, compuesta por casas de adobe de aspecto muy humilde. La gente nos saludaba e incluso un tipo en un viejo Lada se ha puesto a echarnos luces.

En la primera gasolinera hemos parado a llenar el depósito y de repente han aparecido los del Lada: un matrimonio con una libreta en la que tenían escrito en inglés, francés, alemán, ruso y español que eran una familia que ofrecían cama, comida y ducha. La oferta en español estaba escrita por unos participantes del año pasado que recomendaban quedarse con esa familia.

Y hemos aceptado.

Les hemos seguido hasta su casa, junto a la misma carretera de entrada, de una sola planta y rodeada por una tapia de adobe y piedras. En el patio había coches de otros huéspedes. Para entrar nos hemos quitado los zapatos y nos hemos encontrado con toda la familia cenando en el salón. Una de las puertas del salón daba a la habitación de matrimonio, la nuestra. Sólo había una cama, para dos personas; la tercera dormiría en el suelo, en uno de los sacos. La puerta está cubierta por una cortina, ésa es la separación con el salón. Así que mientras nos preparábamos para cenar, entrando nuestro equipaje, escuchábamos a la familia cenando.



El matrimonio que nos ha abordado en la gasolinera, dos de sus hijas y un nieto (hijo del primogénito, no de las niñas)


El resto de familiares, que estaban cenando cuando hemos llegado.

Luego, nos han llevado a una habitación a la que se entraba desde fuera de la casa, donde nos han ofrecido la cena: una especie de caldo de cocido, té, pan y leche agria. Nuestros anfitriones han estado con nosotros y nos han dicho que son kazajos y musulmanes (detrás de mí en la pared el marido me ha enseñado un tapiz con versos del Corán).

En ese momento hemos conocido a Juan Pedro, un suizo de la parte alemana del país alpino que se ha presentado con ese nombre. Estuvo unas semanas de vacaciones por España y aprendió a decir su nombre en castellano.


El suizo Juan Pedro, habla con nuestro anfitrión.

Juan Pedro está de vuelta a casa. El buen hombre es un profesor universitario de matemáticas ya jubilado, con 63 años. Se vino a Mongolia en su todoterreno, aquí quedó con su mujer, que voló desde Suiza, estuvieron una semana juntos recorriendo el norte del país, luego ella se volvió a trabajar y ahora él está volviendo a su país. Le queda un mes de viaje. Un fenómeno. Nos hemos tomado con él unas cervezas calientes que nos ha ofrecido nuestro anfitrión musulmán y hemos charlado un poco de viajes. Luego le hemos enseñado la ambulancia y nuestra familia anfitriona casi al completo ha pretendido subirse dentro. Aunque la principal obsesión del padre eran las ruedas, ver de qué tipo eran, además de la luz portátil que llevábamos dentro. Curioso.

Brindando con cerveza delante del Corán

La ducha no es posible hasta mañana a las 10 de la mañana. Demasiado tarde, así que nos levantaremos pronto y ya nos asearemos en algún río después de cambiar la rueda de repuesto en algún taller de la ciudad.

Antes de dormir, hemos podido comprobar que el más pequeño de la casa se colaba gateando por la cortina de nuestra habitación a curiosear. No creemos que lo hayan instruido para que nos robe todo el dinero.

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