Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

jueves, 30 de mayo de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 5: Bad Bentheim (Al) - Copenhague (Dn)

Miércoles 4 de julio de 2012

RUMBO AL PAÍS DE LA SIRENITA


623 km





¿Alemania cara? Entrando a Dinamarca vimos cosas que vosotros jamás imaginaríais. Pero luego os lo cuento.

Después de la paliza de ayer, en la etapa de hoy sólo nos tocaba cruzar una frontera, pero acuática, al otro lado del mar.

A parte de un pequeño despiste al salir desde Bad Bentheim para incorporarnos a la autovía (¿he comentado antes que en Holanda y Alemania no hay peajes?), la etapa de hoy no presentaba demasiadas complicaciones: mucho tráfico en las inmediaciones de Bremen y de Hamburgo, algunas obras que obligaban a circular más lento por estas carreteras sin límite de velocidad genérico, y finalmente un puente y un ferry para llegar a Escandinavia.

Al noreste de Hamburgo de repente la autopista se convierte en una carretera convencional y los coches con tablas de surf en el echo o tirando de remolques con barquitos de vela te avisan de que estás llegando a una zona de vacaciones. Se trata de la tranquila isla de Fehmarn, a la que se cruza por un puente de poco menos de 1 km. Nuestro primer contacto con el mar Báltico.

Pero nosotros no sabíamos de todo lo que había en esa isla, así que paramos en la última gasolinera antes del puente, pensando en llenar depósitos con los competitivos precios alemanes y comprar algunos víveres en el súper de la estación de servicio. Pero ésta no era mucho más que cualquier otra gasolinera que puedan encontrarte en el este más profundo de Europa e incluso en Asia Central (incluso los lavabos estaban sucios, ¡en Alemania!). Afortunadamente el encargado nos dijo que en la isla había supermercados.

Y así era, en la entrada al principal pueblo de la isla (Burf Auf Fehmarn) hay una zona comercial típica de ciudades de veraneo, con sus señores alemanes en chanclas con calcetines y rebeca comprando en un Lidl.

El Lidl nos salvó. Hicimos compra para los días siguientes mientras Manuel Mosquito cambiaba una de sus luces de cruce, obligatorias durante el día en el norte de Europa (aunque no se haga de noche en estas fechas).

Tras el acopio de víveres volvimos de nuevo a la carretera (con nuevo despiste, esta vez de Rafa en la moto, como si quisiera hacer turismo por la isla en lugar de ir a buscar el ferry). Y llegamos al puerto de Puttgarden, donde como si se tratase de un peaje, te subes al ferry que te cruza el estrecho de Fehmarn llevándote a Dinamarca.

Rafa iba delante con la moto, y le hicieron continuar para subir al barco que estaba a punto de zarpar, mientras que el resto de expedicionarios nos quedamos con los coches esperando al próximo. Aprovechamos para comer allí en la explanada del puerto. Yo en concreto una ensalada de vegetales inidentificables entre abundante salsa desconocida. Mientras, Rafa tenía que conformarse con algún bocata del bar del barco.

Somewhere beyond the sea!

Cuando por fin embarcamos, vimos cosas tan asombrosas como coches daneses llenos de cerveza alemana (pero llenos, llenos. Estoy hablando por ejemplo de un Volvo Station wagon, con toda la parte trasera hasta arriba de packs de latas de cerveza), muestra de que Dinamarca iba a ser muy cara. Demasiado. Si no que me expliquen que un danés se gaste los más de 100 € que cuesta la ida y la vuelta en ferry, más la gasolina para ir a comprar unas birras al país del otro lado del mar de al lado.


Haciendo el tonto en la bodega del ferry. El coche de detrás mío a mi derecha (No, el de Alicante es el mío y está a mi izquierda, me refiero al Volvo) era el que iba hasta arriba de cerveza.

Algunos de los paisanos de Hamlet ya empezaban a destapar en el mismo barco parte de la cerveza comprada en Alemania (hablamos de litrona) para darse el primer homenaje sobre las olas.

En Dinamarca nos esperaba Rafa tras el laxo control aduanero (la primera frontera que veo en la Unión Europea con policías echando un vistazo a los que pasan), comiéndose un helado en la primera estación de servicio. Mientras rehacíamos la nuestra comitiva y nos volvíamos a poner en marcha, todos los pasajeros de barco habían salido ya del puerto danés (porque no había otra cosa), así que cuando nos metimos a la autovía, durante bastantes kilómetros condujimos totalmente solos, puesto que el origen de la misma era un puerto de mar al que no había llegado aún ningún barco. Además, parece que esa isla (porque habíamos cruzado de una isla a otra, la de Lolland, o Lolandia, la tierra de las Lolas...) no vive mucha gente.

La verdad es que apenas encontramos tráfico hasta llegar a Copenhage, dos islas más al norte. La entrada a esta ciudad era un tanto fría, por la zona portuaria, no mucho más sofisticada que la entrada a Alicante desde Elche, por poner un ejemplo de entrada fea a una ciudad.

Yo abrí camino, guiándome casi exclusivamente por mi olfato en busca de las famosas galletitas danesas, hacia el centro, y una vez allí, aprovechando que Elena había estado antes en la ciudad, nos guiaron los Sambori con la moto hacia la oficina de turismo. De paso nos metimos dos veces por zonas prohibidas al tráfico debido a las obras. No vimos un solo municipal.

Tras un par de dimes y diretes por fin nos recomendaron un hostel al que fue complicado llegar por las obras que había en el centro. Fue necesario que Rafa y Elena fueran con la moto a buscarlo para ver si habían habitaciones disponibles, y luego fuimos los coches dando vuelta y volviéndome a guiar por mi olfato.

Nos alojamos en el Jorgensen, a escasos 500 m del centro, y aprovechando que aún no era tarde y que a esas latitudes los días alargan mucho, nos dimos un buen paseo para estirar las piernas, en busca de la Sirenita.



 Y echar algunas fotos como
 
 
A la entrada de la ciudadela de Copenhage


 Para por fin encontrar al personaje de Hans Christian Andersen (¿para qué más monumento?)


 Si luego viene un idiota a hacer broma de ellos

E incluso de tu guardia real


 Mejor dar un paseo romántico por la ciudad, desde el barrio diplomático
 
 
Hasta su concurrido y animado puerto viejo
 

 Donde poder cenar algo
 
 
Por cierto, id con dinero si queréis cenar en esa parte de Copenhage, porque no es nada barato, aunque un capricho de vez en cuando. Y si además los camareros se lían y se les olvida pedir uno de los platos, y Elena se pone combativa y consigue que nos cobren menos, pues una anécdota para contar que nos llevamos (muy modernos los daneses, super-hipsters divinos de la muerte, pero se ve que no están hechos para ser camareros...).