Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

viernes, 16 de septiembre de 2011

DÍA 15: DARVAZA - NUKUS (UZBEKISTÁN)

6 de agosto de 2011

2 países: Turkmenistán - Uzbekistán (acumulados 14)

0 túneles (acumulados 138)

307 km (acumulados 8.544 km)


Los escarabajos peloteros son seres muy laboriosos, pero ni siquiera echando 24 h al día conseguirán vaciar el desierto del Karakum.

Durante toda la noche (por cierto, ¿quién dijo que en el desierto hace frío por la noche?) han estado chocando contra la tienda de campaña en su empeño de empujar pelotas de un sitio a otro. Hasta que por la mañana no he descubierto que se trataba de estos insectos, pensé que el ruido era provocado por algún otro animal mayor merodeando dentro del campamento que hemos montado. Pero no, eran escarabajos que avanzaban y avanzaban sin tener muy claro lo que había delante de ellos. Justo igual que nosotros en nuestro avance por estas tierras hacia nuevos pasos fronterizos.

Con las primeras luces del día, el resto de ralliers (ingleses en su mayoría) han ido recogiendo y largándose aún antes de que nosotros nos quitáramos las legañas (esto ha ocurrido cuando el sol ha asomado detrás de las dunas y se ha terminado la posibilidad de seguir tumbado dentro de la tienda sin asarse. Primero se han largado unos suizos que conducen una ambulancia como nosotros, a continuación los ingleses bisoños que anoche no tenían ni idea de dónde estaban, acompañados de los daneses en la furgoneta afelpada; a continuación los Xino Xano con otros ingleses un poco más preparados, y los últimos en emprender marcha hemos sido nosotros con los Estepa Kide, que llegaron anoche cuando ya estábamos acostados.

Mientras recogíamos se ha acercado un niño, el hijo o nieto (quién puede determinar la edad de estas gentes tan castigadas por la vida en el desierto) de los propietarios de la cabaña y corral junto a los que hemos acampado. El niño se ha limitado a ponerse en cuclillas, en silencio, a mirar lo que hacíamos. Poco a poco, y ante nuestra invitación a ver la ruta y nuestros nombres en la ambulancia, ha acercado tímidamente hasta que se ha ido animando e incluso ha ayudado a recoger la tienda. Se llamaba Hembrá, Jembrá o algo parecido. Le hemos regalado una camiseta, unas gafas de sol y algunos caramelos. Luego, justo antes de irnos nos hemos hecho unas fotos con toda la familia, que estaban preparando unas gachas de aspecto dudoso para desayunar. Detrás de la cabaña, una cabritilla nacida esa misma noche hacía esfuerzos por dar sus primeros pasos entre las moscas que ya empezaban su tarea diaria de no dejar en paz a ningún hijo de vecino. Una familia de apariencia muy humilde en mitad del desierto, en contraste con el derroche que vimos en la capital, a 250 km de allí; aunque el hijo, o sobrino o quien fuera, nos llevó anoche en un todoterreno potente y nuevo hasta el cráter de Darvaza.

El occidental sentado y el turkmeno en cuclillas, tal y como se estila por estos sitios.

Con los Estepa Kide y la familia que nos dejó acampar en "sus tierras"

Los otros 250 km que separan la Puerta del Infierno de Konneürgench y la frontera con Uzbekistán se dividen en dos tramos bien diferenciados. Los primeros 200 km son desierto puro y duro, con la carretera ancha y aceptablemente pavimentada avanzando entre dunas, incluso con algún puente salvando ramblas en lo que parece la mitad de la nada e indicios de obras de mejora de la ruta. Sin embargo, en cuanto nos hemos acercado a las zonas regadas con los canales que secan la cuenca del río Amu Daria (y por tanto matando al mar de Aral), atravesando zonas pobladas y campos en los que se veía maquinaria agrícola, además de los obligados controles policiales y los puestos de venta de agua embotellada y sandías, la carretera se ha convertido en un camino asfaltado en pésimas condiciones y un ancho no mayor a 8 m. El tráfico, que durante toda la noche no ha cesado en mitad del desierto, se ha intensificado a pesar del lamentable estado de la carretera, y poco a poco hemos comenzado a pasar a los equipos que habían salido esta mañana antes que nosotros (a excepción de los suizos, que han madrugado mucho). Aunque llevamos una suspensión muy blanda que nos hace botar mucho, nuestro vehículo es más alto y Nuria se ha animado a ir dejando atrás al resto de utilitarios que se nos ponían por en medio.

En Konneürgench, el pueblo anterior a la frontera, quedan los restos de un conjunto de mezquitas, madrasas y mausoleos que son Patrimonio de la Humanidad. Hemos parado fugazmente a echar unas fotos y descansar (sólo habían turismo local y no conocemos tanto el lugar como para apreciar sus riquezas) y hemos seguido los 20 km que nos separaban de la frontera.



Salir de Turkmenistán es más fácil que entrar, pero más surrealista: los Xino Xano nos han informado de que la frontera estaba cerrada porque era la hora de comer. Poco o nada importaba que hubiera treinta o cuarenta personas apiñadas bajo las sombras de los pocos árboles, casi todas en cuclillas y aguantando pacientemente el calor del mediodía. Hemos comido sandía, invitados por los Estepa Kide, y hemos decidido que iríamos juntos hacia el mar de Aral junto con los vascos, los Xino Xano y los ingleses a los que éstos acompañaban. Apenas 150 km nos separaban de Moynaq, el antiguo puerto pesquero hoy convertido en un cementerio de barcos en mitad del desierto. Muy mal se nos tendría que dar la frontera para no llegar allí esta noche.

No nos fue mal, nos fue peor, sobre todo a los Xino Xano.

Tras algún alboroto entre los pacientes ciudadanos turkmenos y/o uzbekos y los guardias de la frontera (con el mismo uniforme selvático pero cantimploras más grandes que los de la entrada desde Irán), han abierto con cuentagotas, haciendo que los coches pasaran de dos en dos. Hemos entrado en la segunda tanda con los Xino Xano.

La espera, con los Xino Xano y Estepa Kide, comiendo melón de los últimos

Las colas para salir de Turkmenistán

En el vestíbulo del edificio fronterizo algunas personas esperaban sentadas en bancos, otras se apiñaban contra una puerta a la espera de que las dejaran cruzar un arco de detección de metales. Algunos ciudadanos nos han indicado que teníamos que rellenar unos formularios en cirílico que no entendíamos, hasta que nos han dicho que no nos preocupáramos, que saldría un oficial a ayudarnos. Y así ha sido: un oficial del puesto fronterizo ha salido a explicarnos qué poner en cada sitio y luego nos ha colado.

Dentro todo era un despropósito: una multitud de funcionarios y guardias haciendo como que trabajaban, repitiendo lo que ya habían hecho otros, mientras que sus conciudadanos esperaban hacinados en el vestíbulo, sin que diera la impresión que fueran a mover un dedo por agilizar las cosas. Sólo con nosotros han sido aceptablemente diligentes en el absurdo proceso de apuntar lo mismo en diferentes lugares y ventanillas, siempre bajo la atenta vigilancia de los soldaditos que no te dejaban dar un paso más allá de donde tenías que estar. Pero con sus cantimploras tenían poco poder de persuasión contra nuestras risas despreocupadas.

Además, han hecho la pantomima de que de registraban la ambulancia con un perro, pero todo ha sido relativamente rápido.

Y si todo esta era un desatino, el verdadero espectáculo del sinsentido fronterizo ha comenzado al llegar a tierra de nadie (o No man’s land como dicen los ingleses). Hemos visto que la ambulancia suiza que llegó a la salida turkmena antes de la hora de comer seguía en el control de entrada uzbeko, con sus ocupantes sentados a la sombra en sus sillas de camping: Mal rollito…El escarabajo pelotero acaba de ver que su camino va a ser muy lento y complicado.

Así que nos lo tomamos con filosofía y comenzamos a sacar sombrilla, sillas y demás utensilios para hacer la espera más cómoda. Pero Murphy aparece implacable con su Ley y vemos que los suizos emprenden la marcha… ¡Pero hacia donde estamos nosotros!

Preparando campamento en tierra de nadie

Inconcebiblemente, calcularon mal la fecha de entrada a Uzbekistán, siendo tacaños en las horquillas de permanencia en cada país, por lo que su visa no es válida hasta dentro de cuatro días. Y tampoco pueden volver a Turkmenistán, por lo que han de quedarse esos cuatro días en tierra de nadie. Les deseamos suerte y nada que hacer, ahora nos toca a nosotros.

Un soldado con Kalashnikov nos abre la barrera y entramos los cuatro coches (dos ingleses, dos españoles) que en ese momento estamos allí en medio. Salen otros guardias que nos dan los formularios para rellenar y comenzamos a cumplimentar los papeles. Parecía que todo sería rápido porque sale otro tipo a por los formularios y se lleva nuestros pasaportes, evitando así la cola que se está formando con gente que va cruzando, gota a gota, a pie. Pero nuestro gozo es efímero. Salen dos guardias más, además del soldado del Kalashnikov, que va y viene; y pide al primer coche de ingleses que abra el maletero y lo saque todo. ¡Todo!


Atónitos, observamos cómo una vez que está todo fuera, comienzan a registrar uno por uno todos los bultos y compartimentos del coche, incluyendo el de la rueda de repuesto y el gato… En cuclillas, tres guardias, uno de aspecto eslavo y los otros dos centroasiáticos van pasando revista a todo el equipaje y equipo que llevan. A continuación el segundo coche inglés, tras las instrucciones pertinentes para que lo movieran unos metros y así poder depositar las pertenencias a la sombra (nuestra idea inicial de dejarlo todo al sol no podría realizarse). Los Xino Xano y nosotros nos hacemos hipótesis de que se cansarán, que la ambulancia no la vaciarán entera, de que son precauciones que toman con los británicos,…

Nada de eso. Los catalanes también han de vaciar su coche. Y a nosotros nos entran todos los males pensando en la cantidad de cajas y material que llevamos perfectamente embalado. El trabajo que hizo Nuria con su familia la noche anterior a la salida se irá al traste. Y el sol comienza a descender… Nos decimos que hoy pasamos de Moynaq y nos tomaremos la tarde de descanso en Nukus, bebiendo unas cervecitas en alguna terraza. Pero perdemos efectivos porque recibimos un mensaje de los Estepa Kide: su visa de entrada tiene fecha de dos días después, así que se quedan en Turkmenistán recorriendo la zona (poco hay que ver) un par de días. Han tenido suerte y se han dado cuenta, o alguien les ha advertido, a tiempo. El que parece el jefe de los guardias me pide algo malhumorado que apague el móvil. Además, mira hacia la barrera de entrada y ve que se van acumulando coches para entrar, y que por delante tiene nuestra ambulancia. ¿Se atreverá a registrarnos?

Mientras se lo piensa, aparecen los medicamentos… Un farmacéutico amigo de los Xino Xano les dio una caja con medicamentos. Y los guardias los miran todos, uno por uno. Por hacernos los simpáticos y colaboradores, Nuria les dice que es médico y que les puede ayudar explicando qué es cada cosa, y el que está al mando va pidiéndole aclaraciones de vez en cuando. Todo parece que va bien hasta que aparece el valium y los opiáceos. Aunque Nuria les intenta explicar que no es nada del otro mundo y son perfectamente legales, uno de los guardias aparece con un vademécum en el que comienzan a comprobar los principios activos de cada caja. Y no hay tutía. Son sustancias prohibidas y no pueden entrar al país. Tampoco sus portadores. Se plantea la posibilidad de deshacerse de ellas, o de que Nuria haga un papelito como médico recetando esos medicamentos al portador, pero las van desechando. Y llegan más coches, el sol sigue bajando y todos comenzamos a sudar, incluidos los guardias al ver que el trabajo se complica. ¿Qué medicinas llevamos nosotros en la ambulancia? ¿Tendremos el mismo problema? Nuria dice que no, pero vete tú a saber qué tienen prohibido…

Y nos toca el turno… A mover la ambulancia de nuevo hacia la sombra y a sacarlo todo. Ponemos cara de pena y resignación y voluntariosamente vamos vaciando y sacando cajas, paquetes y bolsas. Les invitamos a que suban para que vean ciertas cosas que preferimos no moverlas y poco a poco parece que empieza a ver algo de entendimiento. Alguno nos llama incluso por nuestros nombres para pedirnos que abramos alguna bolsa o algún paquete, un soldadito al que le ha entrado Nuria por los ojos me ayuda a embalar de nuevo alguna cosa (está contento porque se ha llevado de regalo unas gafas de sol); y al final incluso el jefe nos amarra con más efectividad una de las bolsas que va cogida a una de las puertas traseras.

Éste, mientras nos devuelven los pasaportes y Pau termina algún trámite del coche, intenta excusarse diciendo que es su trabajo. Yo le digo que no estamos acostumbrados a estos controles en Europa y me replica que no tenemos como vecinos a Turkmenistán, Afganistán o Kirguizistán. A Pau le dicen que nos larguemos, Nuria intenta hacer una receta para los Xino Xano, que siguen discutiendo su situación; y tenemos una pequeña discusión sobre las prisas y la utilidad de nuestra ayuda. Por unos segundos pienso que el tipo al mando aflojará la mano al ver nuestra preocupación por nuestros compañeros de ruta; y así le explico yo que estamos discutiendo porque lo que está pasando no tiene sentido y esos medicamentos son legales en España y por eso la doctora intenta ayudarles todo lo posible. Finalmente el tipo les dice a los Xino Xano que lo siente mucho, pero que aunque se cree que son buena gente, él tiene que hacer su trabajo y no puede incumplir la Ley sin arriesgarse a ir a la cárcel; así que se quedan a la espera de lo que decida su superior al día siguiente. Yo me pongo en contacto con el Cónsul General Honorario de Uzbekistán en Madrid, por si puede ayudarnos de alguna forma o explicarnos qué hacer o a quién acudir, pero éste está enfermo en cama y me dice que no puede atender a nadie.

Nos vamos con la extraña sensación de impotencia y alivio al mismo tiempo: Hemos pasado pero hemos dejado atrás a varios compañeros de viaje. Tras varios días en los que hemos viajado en compañía de otros locos como nosotros, ahora hemos de separarnos de algunos de ellos en circunstancias desagradables.

Se nos han hecho las siete de la tarde y el sol está muy bajo, por lo que hemos renunciado completamente a la idea de ver el mar de Aral y nos vamos hacia Nukus, la principal ciudad de la región, capital de la República Autónoma de Karakalpakstán. Al igual que en la salida de Konneürgench había ninguna indicación hacia la frontera, en Uzbekistán no vemos señales de ningún tipo hacia la ciudad, que está a unos 25 km. Llegamos a ella gracias a las capturas de Google Earth con nuestra ruta.

Antiguos nodos ferroviarios desmantelados, niños bañándose en los canales, campos agrícolas, mucha gente paseando por las calles, casas pequeñas y humildes, bloques de viviendas destartalados de la época soviética, algún edificio público de tamaño considerable, pequeñas furgonetas-taxi coreanas y el río Amu Daria con un caudal menguado; ése es el recibimiento de Uzbekistán, precedido por el impresionante y silencioso viejo cementerio de Khojaili, que es lo primero que te recibe dedse una ladera cuando entras al país por esta frontera.


Nukus parecía animado, aunque los barrios por los que pasábamos en busca del centro de la ciudad se veían un tanto desalmados con tanta casa igual y bloque desapacible en los que no se veía nada que parecieran hoteles o restaurantes. Una urbanización residencial abierta mal mantenida con poco sector comercial. Hemos tenido que llegar a una rotonda central desde la que se adivinaban edificios de más importancia para preguntar a unos policías. Tras las risas iniciales que se han dado al vernos y tratar de descifrar la fotografía aérea que les he mostrado, un tío de paisano que estaba con ellos nos ha guiado hasta la entrada al hotel Nukus: Un edificio de mediados del siglo XX pero con aparatos de aire acondicionado en las ventanas.

Poli uzbeko

Tras un par de intentos entrando por donde no era (el semisótano del hotel son viviendas a habitaciones con derecho a cocina, en cuya entrada ponía “Hotel”) hemos encontrado la entrada principal. No tenía mala pinta y la muchacha que nos ha atendido, dentro de su sobriedad oriental y su hablar pausado, no nos ha causado mala impresión.

Como no llevábamos dinero local nos ha sugerido que en el mercado negro encontraríamos mejor tipo de cambio que en los bancos (que de todas formas estarían cerrados mañana domingo), hasta que finalmente ella nos ha cambiado algo para cenar, a un tipo de cambio mejor que el de los bancos.

La habitación aceptable a excepción del cuarto de baño, pero después de una noche en el desierto caluroso, la hemos dado por buena, no es peor que algunos de los baños turcos o iraníes que ya hemos visitado.

Lujo asiático...

Ya era de noche cuando hemos salido a cenar, y como parece habitual en estos países, el alumbrado público es inexistente, así que siguiendo las indicaciones de la chica de la recepción y usando el móvil como linterna hemos llegado a una zona de restaurantes. El más grande era un edificio con sala de fiestas, y parecía que había una dentro, donde entraban parejas jóvenes. Finalmente hemos optado por uno más pequeño, con el mismo aspecto oscuro y dudoso que el resto de terrazas con barbacoa fuera que había en la misma acera. La dueña, una armenia que hablaba mucho aunque no se le entendiera nada, nos ha atendido bastante bien (hemos comido kebap, como siempre) y nos ha sacado cerveza fría.

Las primeras cervezas desde Estambul (¿cuándo fue eso?)

Pero no hemos tenido mucho tiempo de relajación porque aunque a mitad de cena ha entrado más gente, y luego un par de policías (aquí van de verde oliva y con un sombrero parecido al de los gendarmes franceses) han echado un vistazo al paisanaje; la última cerveza que queríamos pagar con dólares no ha sido posible porque la dueña nos ha señalado el reloj y ha dicho “militsia”, indicando que la milicia ya no permitía más alegrías.

Al salir a la calle, nos ha tenido que levantar la persiana, todo estaba cerrado y ya no había anda de luz, salvo los faros de algún coche. En la esquina había un grupo de policías y por la acera de enfrente hemos visto a un grupo de gente joven vestida en plan sábado por la noche, pero todo tenía un aspecto sospechoso. Así que hemos vuelto al hotel (alumbrándonos de nuevo con el teléfono móvil) hasta que hemos visto una tiendecilla abierta y hemos podido comprar otra cerveza usando un billete de dólar. Tras una conversación absurda con el dueño y su hijo, nos han regalado (o devuelto en especies en vez de en moneda) un mechero linterna. La verdad es que la poca gente que hemos encontrado hasta ahora es bastante animosa. Lástima haber entrado con tan mal pie en Uzbekistán.

Parada nocturna a por más cerveza

Antes de subir a la habitación nos hemos quedado un rato en uno de los kioscos de la explanada de delante del hotel, terminando la cerveza y repasando el día, a la luz del mechero linterna: dos semanas y un día de viaje.

Última charla del día.

Y a la cama, pero encima de nuestras colchonetas, cualquiera se atreve a abrir esas sábanas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario