Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

miércoles, 14 de septiembre de 2011

DÍA 14: BAJGIRAN - DARVAZA (TURKMENISTÁN)

5 de agosto de 2011

2 país: Irán-Turkmenistán (acumulados 13)

0 túneles (acumulados 138)

435 km (acumulados 8.237 km)

Hoy dormimos junto a la Puerta del Infierno...

A veces, una línea en un mapa supone muchos cambios cambios, algunos sutiles, casi imperceptibles, otros evidentísimos.

Hoy hemos pasado de una república islámica heredera de siglos de imperios poderosos e influyentes, más antiguos que la religión que atenaza a su población dinámica y bulliciosa; a una antigua república soviética implantada en un desierto donde antes apenas se había conocido más que el nomadismo y las caravanas de la Ruta de la Seda.

Si Irán nos recibió con los “facilitadores” o “buitres de frontera” olisqueando nuestros dólares frente a la dejadez o resignación de los funcionarios (algunos de ellos incluso eficientes a pesar de la maraña burocrática), Turkmenistán nos ha recibido burocrática y severamente. Pero todo a su tiempo.

La acampada junto al primer control de la salida iraní ha sido tranquila. Sólo rota por el rezo que a eso de las 4 ó las 5 de la mañana nos despertó (a dos voces desde el pueblo, Bajgirán) a algunos de nosotros. Medio dormido en una tienda de campaña junto a tierra de nadie en la frontera entre dos países extraños, parecían cánticos de ultratumba. Además, poco antes del amanecer aparecieron los trinos de los pájaros bajo los aleros de la nave junto a la que habíamos acampado. Unos trinos que sonaban a selva profunda habitada por animales exóticos y quizá peligrosos: paranoias de estar lejos de casa y no escuchar lo que sueles escuchar desde tu ventana (gorriones y tórtolas).

Y bueno, los ronquidos: los tabiques de las tiendas de campaña no se caracterizan por aislamiento acústico. Tras la experiencia en Klenová (¿cuándo fue eso?) Nuria optó por dormir en la ambulancia.

A pesar del revuelo que montamos anoche a la llegada (y que luego más tarde llegaron los ekitcat y Micranois) con recibimiento de niños, cambistas, soldados y vaca, esta mañana no ha habido buitreo. Sólo un cambista con camisa de reflejos fucsia (creo que es la primera vez que escribo el nombre de ese color) nos cambió la moneda iraní que llevábamos por moneda turkmena a un ratio razonable (valga la redundancia) según algunos de los que usaron sus servicios.

Una vez recogido el campamento y aseados, comenzaron los trámites fronterizos. Primero, en la garita que atravesamos anoche hay que hacer un papeleo relacionado con el coche: pagar; y a continuación subimos por la carretera donde está la verdadera frontera, 75 m más arriba, a 1.710 m sobre el nivel del mar.

Hay una cola importante de camiones que debieron haber llegado la tarde anterior pero nosotros los pasamos hasta llegar al moderno edificio que han levantado los iraníes aquí arriba para despedir o recibir al tráfico con Ashgabat. El trámite para los pasajeros es más o menos rápido a pesar de lo absurdo de pasar por tres ventanillas seguidas a: 1) sellarnos la salida del pasaporte, 2) sonreírnos y apuntar unas cosas, y 3)volver a sonreírnos, preguntar de dónde venimos y si nos ha gustado Irán, para volver a hacer otra anotación en una libreta.

Tras el papeleo, siempre bajo la atenta mirada de la panda de ayatolás que desde los pósters donde están inmortalizados controlan el cotarro, nos volvemos fuera a esperar que se tramite el tema de los vehículos: importante porque sin el Carnet de Passage en Duane (CPD) de vuelta a España podemos tener problemas económicos. Así que mientras los conductores van de una cola a otra y esperan a que un funcionario sobrepasado vaya rellenando papeles entre viaje y viaje con montones de pasaportes y cartas y CPD, los demás nos relajamos e incluso hacemos alguna foto cuando los soldados no miran: el paisaje es profundo y las montañas peladas de Kopet-dag o con pastos se multiplican en todas direcciones. Aunque el sol aprieta, el viento fresco de la montaña lo hace llevadero, casi pasan más calor quienes están a la sombra de los edificios pero sufriendo el reflejo blanco de sus paredes.

Se respira cierta relajación en la frontera. Si los buitres de Bazargán, los 478 € del ala y el trasiego de camioneros en sus edificios administrativos nos pusieron tensos, aquí las chicas respiran pensando que están a punto de quitarse el pañuelo de la cabeza, y los demás tenemos como única preocupación que se termine pronto el papeleo. Hay locales que suben y bajan con sus coches haciendo encargos, alguno que hace un apaño en el motor de un funcionario, soldados sin muchas preocupaciones que han subido al puesto fronterizo traídos por algún familiar o amigo que los acerca al trabajo: bastante normalidad.

Pero el lado turkmeno… Es de una tensión y seriedad innecesaria. Tenemos que pasar otras dos casetas, colocadas a cada lado de la valla fronteriza para que vuelvan a mirar nuestros pasaportes, y por fin llegamos a suelo turkmeno y vamos aparcando los coches frente a la puerta principal, siguiendo las indicaciones del guardia de la caseta de entrada, que además se ha quedado nuestros pasaportes. Todo bajo el saludo de bienvenida del presidente del país en un gran póster en la fachada del edificio.

El vestíbulo está vigilado por dos o tres soldaditos vestidos con traje de camuflaje (selvático, ojo, que me han entrado ganas de preguntar por los bosques tropicales del desierto de Karakum) y armados con peligrosas cantimploras al cinto. Son todos iguales, imagino que étnicamente turkmenos puros, morenos, ojos ligeramente rasgados y rostro rectangular. Se dedican a pasear por el vestíbulo, ponerse nerviosos ante la relajada despreocupación con la que sacamos las cámaras de fotos (muy serios marcan una cruz con los brazos para decirnos que no está permitido, pero hemos conseguido sacar algunas instantáneas) y a preguntarnos una y otra vez si hemos entregado el pasaporte en ventanilla: Parece que al igual que a nosotros todos ellos nos parecen iguales, nosotros no debemos ofrecerles muchas diferencias en nuestros rostros a pesar de ser españoles barbudos y morenos (bajitos o altos, eso ya no es determinante), ingleses lechosos o rubicundos, daneses espigados… Los supervisa un joven oficial que parece escapado del instituto, bajo una gorra de plato caricaturesca y aspecto a mitad de camino entre lo eslavo y lo oriental.

En una de las puertas del vestíbulo se accede al banco, que no es más que un cuarto en el que una empleada con cara de bulldog francés (parece que sea la que de verdad corta el bacalao en este circo) mantiene a raya a quien se quiere pasar de listo. Es con esta señora con la que algunos de los aventureros mongoles han de realizar el pago de las tasas de la frontera. Han estado esperando a que entráramos todos los que estábamos en el lado iraní (incluidos los 8 equipos españoles que hemos cruzado Irán, también los Estepa Kide, que han llegado poco después que los demás) para tramitar el pago de todos en una. Un británico con pinta de escocés permanentemente cabreado estuvo discutiendo un rato con un funcionario, diciéndole que no tenía sentido que hubiera que pagar todo junto, hasta que el funcionario le respondió que si iban uno por uno el proceso se iba a alargar todo el día. Resultado: todos a sacar dólares y a hacer cuentas para dar el dinero justo de cada equipo, con la del banco no admitiendo billetes con numeración antigua y no permitiendo que entraran más que los tres “negociadores” a su oficina.

Manu, de los Aventoreros con los dólares de los equipos españoles, detrás los ingleses

Una vez han tenido la pasta, la cosa ha sido más rápida. Nos han ido devolviendo los pasaportes y los pasajeros hemos dado el siguiente paso: que un par de señoras relajadas que estaban hablando de lo suyo nos fueran rellenando a sentimiento la declaración de entrada y otro nos pusiera el sello. Y ya estábamos al otro lado, con libertad de movimientos en Turkmenistán. Mientras esperábamos a los conductores (lo de ellos ha sido una epopeya de funcionario en funcionario que volvía a mirar los mismos papeles –cuando terminaba la partida de ordenador- y con registro somero del coche) hemos visto qué había al otro lado: Más montañas, carretera serpenteante ladera abajo, un par de minibuses para bajar viajeros a la ciudad y más soldaditos Geipermán preocupados por las fotos que pudiéramos sacar de nosotros y las escaleras (¡cuidado con la piedra de los escalones, secreto de estado turkmeno!). Han tenido la consideración de abrir la cantina pero tampoco había mucha variedad. Aquí no hay el movimiento del lado iraní, sólo los soldaditos tensos.

Y poco a poco se ha ido produciendo el goteo de coches que iban saliendo. Nuestro plan, al igual que los Estepa Kide y Xino Xano, hacer alguna compra y comer algo en Ashgabat y seguir camino hacia el pozo de Darvaza; los Aventoreros han dicho que primero irán a un lago subterráneo que hay al este e intentarán llegar a la noche a Darvaza y los ekitcat y Micranois se quedan en la capital con un conocido de Marcos (ekitcat).

En los 40 km que nos separan de Ashgabat descendemos 1.500 m por una carretera con paisajes sobrecogedores, el firme en buen estado pero unas curvas fatales de necesidad, como atestigua el camión de transporte de automóviles volcado fuera de la carretera junto al que se han parado los Xino Xano. Aún le chorreo gasoil del depósito de combustible, pero Patxi (Estepa Kide) calma las intranquilidades de Nuria con respecto a la inflamabilidad de este líquido, del que llevamos dos bidones de 10 l en la ambulancia. Tras inspeccionar el vehículo vemos que no hay nadie y seguimos nuestro camino, pero unos kilómetros más abajo, en un control de carretera en el que vuelven a pedirnoslos pasaportes, nos encontramos con el camionero accidentado, al que alguien acaba de bajar.

Si a mí, como ingeniero de caminos, me hubieran pedido un cálculo rápido para impedir que un puente se viniera abajo, hubiéramos tenido un bonito vídeo de una estructura derrumbándose, seguro. Sin embargo Nuria, actuó con rapidez y procedió a limpiar las heridas del camionero y a hacerle un reconocimiento urgente (un brazo roto además de las magulladuras). Los guardias del control turkmeno alucinaban con nuestra actuación (creo que hasta Eneko pudo tomar alguna foto sin que se dieran cuenta).

A los pocos minutos llegó una ambulancia desde la ciudad, equipada con la típica enfermera turkmena de dientes de oro. Ésta inyectó la antitetánica al pobre hombre, que resistía como podía el antiséptico en los arañazos de la espalda, y a continuación, sin terminar de limpiar las heridas del brazo roto, vendó sin ningún miramiento todo el brazo. No parecía mujer de muchas florituras…. Así que nos fuimos.

A la entrada a Ashgabat hay obras y algo parecido a un desvío, los Xino Xano han tirado hacia el oeste por lo que parecía el único camino, pero la lógica de nuestras obras no es la de las obras de Turkmenistán, así que tras ver que nos estábamos alejando del centro de la ciudad, hemos dado la vuelta sin poder alcanzar a los Xino Xano, que tampoco veían que les estábamos echando las largas.

Nos han seguido los Estepa Kide y unos ingleses y al final en el desvío hemos visto la entrada escondida a la ciudad. ¡Y qué había detrás de esa entrada escondida!

Ashgabat es un gran escenario de mármol blanco y cúpulas doradas. Un paisaje hortero-futurista de grandes edificios con toda la pinta de estar vacíos por dentro y decenas de personas (en su mayoría mujeres con la cabeza completamente cubierta por turbantes) barriendo sus avenidas inmensas y sin sentido. Lo único lógico (para nosotros) han sido las rotondas: bien señalizadas y usadas con la prioridad donde toca.

Hemos avanzado hacia el centro, y poco a poco el erial que rodeaba a los edificios se ha ido rellenando de parques y edificios más antiguos, claramente soviéticos. Un espectáculo de clasificación complicada, al que hemos ido de cabeza al refugiarnos en un centro comercial. En nuestro descargo podemos decir que teníamos prisa para llegar antes de la noche a Darvaza y que en el centro comercial encontraríamos comida y supermercado (dos en uno).

La gran mentira, así se podría calificar a la ciudad y al centro comercial. Éste es un “no lugar” que bien podría estar ubicado en Ohio, en Fuenlabrada o en Ashgabat, y en el que por una hora nos hemos sentido más cerca de casa, lejos de la realidad de un país totalitario, paseando entre compradores despreocupados, ofertas de moda, aire acondicionado, rusas sin miramientos que nada tenían que ver con las oprimidas iraníes, y estantes llenos de todo (menos alcohol, las cervezas habrán de esperar). Además, hemos comido hamburguesas y patatas fritas… Con los Estepa Kide y los Aventoreros (que nos hemos encontrado de nuevo a la entrada del edificio), de los que nos hemos despedido definitivamente porque es posible que no nos alcancen ya que ellos irán más tranquilos el resto del viaje.

Ha sido divertido atravesar Irán con ellos, en compañía de unos compatriotas te sientes más arropado, aunque también es cierto que pierdes el contacto con los locales, que es una de las cosas que hacen los viajes más interesantes.

Tras hacer las compras de comida y bebida, hemos puesto camino hacia el norte, al desierto. La ciudad parecía ahora más transitada por el tráfico, pero aún así sus avenidas están sobredimensionadas.

Desde la salida norte de la ciudad se ven barrios residenciales casi al estilo norteamericano, pero pobremente urbanizados. Dudo que haya tanta gente con nivel adquisitivo para comprar esas casas.

Y el desierto, el de verdad. Teníamos dos horas de luz para recorrer los aproximadamente 250 km que nos separaban de la Puerta del Infierno. Hasta ahora una media como ésa sólo la habíamos alcanzado en Alemania… Afortunadamente la carretera que atraviesa el desierto del Karakum está en bastante mejor estado del que pensaba. Es bastante ancha (entre 20 y 30 m) y el asfaltado está en condiciones aceptables, aunque hay que vigilar de vez en cuando para no comerse alguna zona bacheada.

Poco a poco, los poblados y el tráfico han ido disminuyendo al mismo ritmo que la arena iba adueñándose del paisaje. Y con esto, al menos yo, he vivido unas sensaciones curiosas. Tenemos asociadas la visión de las dunas alrededor nuestro a las playas del Carabassí o Arenales, en las costas de Elche, o incluso El Saler de Valencia; así que en todo momento el cerebro te está diciendo que detrás de la siguiente duna vas a ver la línea azul de horizonte mediterráneo. Pero no, a la siguiente duna como mucho aparecía un dromedario (razón para no conducir de noche, al menos a más de 100 km/h, como hemos hecho) o una chaval en motocicleta que se incorporaba desde algún camino escondido.

A más de 100 km/h por en medio de la nada, con unos 40ºC fuera (bendito aire acondicionado y buen motor de nuestra Merceditas que ha aguantado el tipo sin sobrecalentarse), sólo adelantábamos camiones antiguos y éramos adelantados por coches lujosos en una carretera que por 400 km no atraviesa ninguna zona poblada importante. Aún así, de vez en cuando se veían estaciones del ferrocarril paralelo a la carretera, e indicaciones en esta hacia poblaciones por las que se llega por caminos escondidos. Además de los dromedarios, también hemos visto algún autobús parar en alguna curva inhóspita (como todas) para que se bajara alguien a quien algún niño esperaba en una duna cercana. Imagino que una vez que te haces al paisaje, eres capaz de distinguir un grano de arena de otro para poder llegar a tu pueblo situado en medio de ningún lugar.

Otro encuentro del camino fueron los Xino Xano, parados junto a unos ingleses que habían tenido un calentón. Les explicamos la ubicación del pozo de Darvaza con las capturas de Google Earth que traigo (un par de km antes del cruce con la vía del tren ha de haber un camino a la derecha que conduzca a la Puerta del Infierno) y seguimos carrera contra el sol.

Y se nos hizo de noche cuando llegamos al cruce con las vías del tren. A la derecha se veía el resplandor del cráter, por encima de las dunas, y delante de nosotros unos ingleses también del Rally que no sabían por dónde llegar al pozo. Tras ir arriba y abajo por la carretera, nos encontramos con otros ingleses en el todoterreno de un local que los llevaba a ver el sitio. Nos dijeron que más adelante se podía acampar donde la familia del tipo que los llevaba al pozo, así que seguimos y cuando encontramos los coches de los ingleses aparcamos y montamos nuestro campamento para cenar. Más tarde llegaron los Xino Xano y por fin, con los macarrones a medio cocer, nos fuimos en el todoterreno (10 $ por cabeza) a ver la Puerta del Infierno.


Moverse a toda velocidad por un camino entre las dunas, con el coche bailando en la arena es una experiencia que queda en nada cuando llegas al cráter de gas de Darvaza. 40 años en llamas. Contemplar, escuchar y oler ese espectáculo en mitad de la noche del desierto es algo que ninguna foto o vídeo puede reproducir. Uno de los hitos del camino ha sido cumplido.

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