La bala, en la sien, bailaba con cada bache, tocándole una u otra conexión neuronal y causándole extraños efectos. Las carreteras turcas se estaban volviendo en nuestro peor enemigo en la carrera al hospital. Subiendo un puerto de montaña, con curvas a la izquierda, empezó a recitar los cabos de España y los mayores ríos de Europa. Bajando, el proyectil tocó otro sitio y nos cantó el aria La Mamma morta, haciendo llorar incluso al terrorista, prisionero en la parte trasera. Consideramos la idea de dejarle la bala dentro, para afrontar más entretenidos los kilómetros que nos quedaban hasta Mongolia.
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