Jueves 5 de julio de 2012
YA ESTAMOS TODOS. EN EL PAÍS DE LOS VOLVOS, ABBA Y PIPPI LANGSTRUM
694 km
Entrar y salir de Copenhague, aunque sea saltándose las prohibiciones de calles reservadas a transporte público debido a las obras, es fácil. Incluso en Estocolmo, pero eso viene después.
A la altura del gigantesco lago Vättern, zona donde el tráfico era especialmente intenso, el ruido de una cinta suelta de un camión me hizo emparanoiarme, pensando que era alguna cosa de mi coche que empezaba a fallar (después de más de 4.000 kilómetros desde que salí de Valencia, cualquiera se fía). Un poco más adelante paramos a repostar a la altura del lago Roxen, y me despedí del resto de expedicionarios, que seguían directos hacia Estocolmo a buscar alojamiento, mientras que yo debía pararme en el aeropuerto de Nyköping a recoger a mi hermana y a Saio, compañeras de equipo.
Elena y Rafa, los Sambori, habían salido a correr un rato, así que tras dejar el equipaje en nuestro dormitorio, compartido con cinco personas más, y asearnos nos fuimos a dar un paseo hacia el centro, y buscar dónde cenar mientras los deportistas se duchaban.
YA ESTAMOS TODOS. EN EL PAÍS DE LOS VOLVOS, ABBA Y PIPPI LANGSTRUM
694 km
Vale, sí, en España hay muchos
aeropuertos infrautilizados, y muy cercanos sobre todo en el norte,
pero los suecos no se quedan cortos. Un poco más adelante os explico
el error al que me llevó la proliferación de aeropuertos suecos.
El día comenzó nublado y fresco,
y con la urgencia de llegar al aeropuerto en las inmediaciones de
Estocolmo antes que Verónica y Saio, las otras dos componentes de mi
equipo, que por falta de tiempo habían decidido saltarse los
primeros 5 días y medio de carretera. Debería darnos tiempo a
llegar sin problemas.
Preparándonos para iniciar la etapa de hoy.
Entrar y salir de Copenhague, aunque sea saltándose las prohibiciones de calles reservadas a transporte público debido a las obras, es fácil. Incluso en Estocolmo, pero eso viene después.
La primera parte de la etapa de
hoy consistía en saltar a la península escandinava al otro lado del
estrecho del Oresund.
Se trata de un paso espectacular de ingeniería consistente en el
túnel bajo el mar (segundo del viaje) que sale desde Dinamarca, para
salir de nuevo a la superficie en una isla desde la que continúa el
puente de
Oresund hacia Malmö en Suecia.
Nada más entrar a Suecia, en cuanto vimos un área de servicio paramos a hacer el primer repostaje de las motos. Me sorprendió que la tienda de la gasolinera, una Shell, era un 7eleven... Supuestamente con wifi gratis, aunque no conseguimos conectarnos. En este viaje, básicamente nos hemos convertido en unos yonquis de las wifis abiertas.
Nada más entrar a Suecia, en cuanto vimos un área de servicio paramos a hacer el primer repostaje de las motos. Me sorprendió que la tienda de la gasolinera, una Shell, era un 7eleven... Supuestamente con wifi gratis, aunque no conseguimos conectarnos. En este viaje, básicamente nos hemos convertido en unos yonquis de las wifis abiertas.
Conforme fuimos avanzando hacia el
norte el día fue despejando, y comimos al aire libre en un área de
servicio en la salida Este de Örkelljunga. Estaba bastante
concurrida (costó aparcar) debido a la atracción que el McDonalds
ejercía sobre la población local. En ese momento empecé a
vislumbrar ciertas similitudes entre el paisaje sueco y sus formas
sociales con el norteamericano, donde estuve cuatro años antes: los
coches grandes, las camionetas de granjeros, los pequeños pueblos
eminentemente residenciales, con casitas unifamiliares en el centro y
zonas comerciales a la americana en las entradas; y lo más
sorprendente del todo, los coches antiguos norteamericanos, desde la
década de los 50 hasta la de los 70, que poco a poco se empezaban a
ver con cierta regularidad. Dos días después nos explicarían el
motivo de la existencia de esos vehículos.
Picnic en el área de servicio
Y de postre recordamos al componente Clavijo que no ha venido a este viaje.
A la altura del gigantesco lago Vättern, zona donde el tráfico era especialmente intenso, el ruido de una cinta suelta de un camión me hizo emparanoiarme, pensando que era alguna cosa de mi coche que empezaba a fallar (después de más de 4.000 kilómetros desde que salí de Valencia, cualquiera se fía). Un poco más adelante paramos a repostar a la altura del lago Roxen, y me despedí del resto de expedicionarios, que seguían directos hacia Estocolmo a buscar alojamiento, mientras que yo debía pararme en el aeropuerto de Nyköping a recoger a mi hermana y a Saio, compañeras de equipo.
Y es aquí donde la profusión de
aeropuertos suecos, además de sus nombres ininteligibles, me llevó
a salir antes de la autovía a buscar, no el de Nyköping, sino el de
Norrköping, siguiendo con fe en la rigurosidad nórdica las
indicaciones al aeródromo. Llegué a unas instalaciones pequeñas,
con un parking discreto sin barreras pero con cajeros automáticos de
cobro. Intenté pagar, lo prometo, pero ni llevaba moneda local ni
entiendo el sueco como para saber el procedimiento de pago así como
las tarifas y horarios. Además, tenía prisa porque algo me olía a
chamusquina en aquel aeropuerto tan irrisorio. Y no había nadie en
el aparcamiento.
Entré a la terminal, un edificio
sencillo de una única planta y aspecto industrial y estaba tan vacío
como el exterior. En los monitores no vi que llegara ningún vuelo en
las próximas horas. Afortunadamente un tipo de mantenimiento me sacó
de mi error y me dijo que el aeropuerto que buscaba estaba 70 km más
allá. Debía continuar mi camino hacia el aeropuerto de
Estocolmo-Skavsta,
el de las aerolíneas de bajo coste de la capital sueca.
Era la primera vez que conducía
solo en el extranjero, sin la compañía siquiera de otro coche o
moto que me siguiera o a los que seguir, además por un sitio
totalmente desconocido, y he de confesar que cuando un rato antes me
despedí del resto de compañeros de ruta hasta que nos encontráramos
en Estocolmo, sentí cierta sensación extraña, mezcla de desamparo
y aventura. Pero duró poco tiempo, tan solo dio para equivocarme de
aeropuerto antes de recoger a mis pasajeras y poner ABBA a todo
volumen en el coche a modo de recibimiento.
Por aquí se va a Estocolmo.
Llegando a Estocolmo, los
Mosquitos y los Sambori nos enviaron la dirección del youth
hostel donde nos alojaríamos. Así que, como siempre que llego a
Estocolmo, me perdí buscando la calle de Olof Palme. Aun así, me
las apañé para llegar al mismo centro de la ciudad, pasarme en
sentido contrario de nuestro hostal, volver hacia el centro
saltándome una línea continua, y meterme por una zona destinada
exclusivamente para el transporte público, evitando de esta forma un
carril en sentido contrario gracias a las indicaciones erróneas de
un amable ciudadano sueco. El caso es que tras alguna vuelta y
guiándonos por las campanadas de una iglesia, Manuel el Mosquito nos
llevó vía telefónica hasta la puerta del hostal.
Por cierto, Estocolmo era el
último lugar donde esperaría que un cani a bordo de un Seat León
rojo fuera achuchándome mientras busco aparcamiento.
Manuel "Mosquito" ordenando a Verónica y Saio como miembros de honor de Aventureros Solidarios
Elena y Rafa, los Sambori, habían salido a correr un rato, así que tras dejar el equipaje en nuestro dormitorio, compartido con cinco personas más, y asearnos nos fuimos a dar un paseo hacia el centro, y buscar dónde cenar mientras los deportistas se duchaban.
Los exralliers mongoles recordando viejas aventuras.
Los restaurantes asiáticos,
cuando estás en un lugar desconocido y caro, termina por ser casi
siempre la mejor opción para el viajero con escasos recursos. Así
que tras dar el paseo de rigor por el tranquilo y civilizado centro
de Estocolmo, incluyendo unas fotos frente a una barbacoa mongola,
nos comimos unas buenas hamburguesas en un restaurante japonés…
Después hubo un pequeño intento de tomar una copa, pero los precios
suecos y el estilismo agresivamente moderno y hipster de quienes
hacían cola en la puerta de los locales de copas, nos ahuyentaron
convenientemente. Así que con las últimas luces del día (y el
último ocaso que veríamos en la próxima semana) nos volvimos a
descansar. Ya estábamos más cerca del destino que del origen…
Cosas de suecos...